Una identidad eterna: El Sello del pueblo de Dios

 

Un estudio acerca del día de reposo como señal que identifica al pueblo de Dios desde la creación hasta la redención final

Por Jose M Suazo, un teólogo adventista del séptimo día

I. Introducción: El Sello de Dios en la Crisis Final

En el clímax de la historia humana, la controversia entre el bien y el mal alcanzará su punto culminante en torno a un símbolo aparentemente sencillo, pero de implicaciones cósmicas: el sábado del cuarto mandamiento. Este día, instituido por el Creador al final de la semana de la creación, se erige en el tiempo del fin como la señal visible y espiritual de lealtad a Dios. La Escritura lo identifica como el sello del Dios viviente, mientras que su falsificación —la observancia del primer día de la semana impuesta por autoridad humana— constituirá la marca de la bestia.

El conflicto final, por tanto, no será meramente religioso o político; será un conflicto de adoración y autoridad, una decisión definitiva entre obedecer a Dios o someterse al poder del enemigo. Como declara el Apocalipsis:

“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12).

Esto, como era de esperar, también tiene sus detractores, es decir, hay también quienes creen que el sábado ni es el sello de Dios, ni es el punto de controversia en el climax de la historia humana, además, que la marca de la bestia no es un día antagónico conocido como el falso día de reposo apuntando al primer día de la semana. Hay quienes cuestionando la inspiración de los testimonios consideran que estos escritos están pasados de moda y que corresponden a un momento puntual de la historia relacionada a la cultura del momento que rodeaba a la escritora. 

En el presente estudio vamos a ver desde la introducción del día de reposo, su desarrollo a través de la historia y su desenlace final con relación a la historia de la raza humana en la tierra.

II. Fundamento Teológico del Sábado como Sello

El sello en las Escrituras representa un signo de autenticidad, propiedad y autoridad. En tiempos antiguos, un sello identificaba al soberano que promulgaba una ley y garantizaba su validez. De igual manera, el sello de Dios debe encontrarse dentro de su ley, pues el sello autentifica el documento legal.

El profeta Isaías proclama:

“Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos” (Isaías 8:16).

Y Ezequiel añade:

“Les di también mis sábados, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico” (Ezequiel 20:12).

Solo el cuarto mandamiento contiene los tres elementos característicos de un sello genuino:

1. El nombre del Legislador: Jehová tu Dios;

2. Su título: Creador;

3. Su dominio: el cielo, la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay (Éxodo 20:8-11).

Por tanto, el sábado se establece como el sello divino de la ley moral, la señal de que Dios es el Creador y que el ser humano le pertenece.

Elena G. de White lo expresa con majestuosa claridad:

“El sábado será la gran prueba de lealtad, pues es el punto especial de la verdad controvertida. Cuando llegue la prueba final, se trazará la línea de demarcación entre los que sirven a Dios y los que no le sirven. Mientras la observancia del falso día de reposo en obediencia a la ley del Estado, contraria al cuarto mandamiento, será una confesión de lealtad a un poder que se opone a Dios, la observancia del verdadero sábado en obediencia a la ley divina será una evidencia de fidelidad al Creador.”

— El Conflicto de los Siglos, p. 582.

Es interesante anotar que cuando un rey promulgaba un decreto, este lo escribían en una carta, la cual era sellada con el anillo real, después era distribuida por todos los dominios del reino para identificar a cada ciudadano de su reino y señalizarlo como propiedad del reino. Estas son las mismas características que posee el día de reposo en la ley de los 10 mandamientos. El rey del universo es quien proclama su Ley, se aplica en todo su dominio que es todo el universo incluyendo la tierra, Su ley se aplica e identifica a todos sus ciudadanos, es decir a quienes lo aceptan como su Dios. Su sello o señal de obediencia se evidencia por medio de su día especial de adoración, el cuarto mandamiento, el séptimo día de la semana, el sábado. Esa señal es la que identifica a quienes son sus hijos, por esa razón es que tanto el inicio como el final de la historia humana están marcados por una señal de obediencia. el desenlace final será precisamente eso, la señal o sello de Dios para sus hijos y la señal o marca de la bestia para los que no acepten ser hijos verdaderos de Dios.

III. Contexto Histórico: La Institución y la Usurpación del Sábado

El sábado fue instituido en el Edén, antes del pecado, como memorial de la creación (Génesis 2:1-3). Su observancia no era privilegio exclusivo de Israel, sino herencia de toda la humanidad. Sin embargo, tras la caída, y especialmente después del éxodo, Dios lo revalidó ante el pueblo hebreo, proclamándolo en Sinaí como parte del decálogo eterno.

A lo largo de la historia, Satanás ha procurado oscurecer esta verdad fundamental, desviando la adoración del Creador hacia la criatura. En el período post apostólico, mediante un proceso gradual y astuto, el enemigo logró introducir la observancia del primer día de la semana como día de culto, sustituyendo así la señal del Creador por la marca de autoridad humana.

El cambio del sábado al domingo no fue un acto divino, sino una usurpación eclesiástica. La profecía de Daniel lo anticipó siglos antes:

“Pensará en cambiar los tiempos y la ley” (Daniel 7:25).

Esta “intención de cambiar” no fue meramente un gesto litúrgico, sino una pretensión de autoridad sobre la ley misma de Dios. El “cuerno pequeño”, símbolo del poder papal, intentó borrar la señal del Creador e imponer su propio distintivo de dominio espiritual. Así lo confirma la historia y lo reafirma el Espíritu de Profecía:

“El cambio del sábado fue hecho por la iglesia de Roma, y el mundo protestante ha aceptado este falso día de reposo, y así han rendido homenaje a Roma.”

— El Conflicto de los Siglos, p. 446.

La historia registra estos cambios que comenzaron precisamente después del edicto de Milán en el año 313 d. C. promulgados por los emperadores Constantino I y Licinio, este edicto daba por concluidas las persecuciones imperiales a la iglesia cristiana, promulgaba la libertad religiosa. A partir de este edicto comenzaron muchos cambios dentro del sistema romano imperial, una avalancha de creencias de origen pagano fueron cristianizadas. En el año 321 se promulgo un decreto imperial por Constantino I en el que se promulgo el cambio del día de reposo de Sábado o séptimo día de la semana a primer día de la semana. Estas tan solo fueron los primeros de muchos cambios que se dieron en el cristianismo entre el IV y V siglo. Así fue como surgió el día domingo como día del señor y que ha encontrado aceptación en la mayoría de iglesias cristianas con la base de que fue en ese día que resucitó el señor. Sin embargo, es muy notable que de las 77 veces que aparece la expresión día del señor o de reposo en el Nuevo testamento, en 69 ocasiones corresponden al séptimo día de la semana o sábado y solo en 8 ocasiones se refiere al primer día de la semana pero no como día de reposo o día del señor. En definitiva, a partir del IV siglo se realiza ese cambio que ha tenido un impacto en toda la cristiandad, es por esa razón que en Apocalipsis 18:4 se nos dice:

"Salid de ella Pueblo mío..." 

El primer día de la semana ha llegado a ser el falso día de reposo y que corresponde a la señal o marca que identifica a quienes no siguen los mandamientos de Dios sino los cambios hechos por el hombre.

IV. Contexto Circunstancial: El Mundo en el Umbral del Decreto Dominical

El conflicto del sábado en el tiempo del fin no surgirá en un vacío histórico, sino en un contexto mundial de crisis moral, ecológica, económica y espiritual. La humanidad, enfrentada a desastres naturales, convulsiones sociales y decadencia moral, buscará una solución colectiva que restaure el “orden y la paz”. En ese escenario, las potencias religiosas y civiles se unirán para imponer una forma universal de adoración: el descanso dominical obligatorio, presentado falsamente como medio para salvar la creación y garantizar la estabilidad social.

Esta alianza se anticipa en Apocalipsis 13, donde dos bestias —la del mar y la de la tierra— cooperan para imponer la adoración de la imagen de la bestia, y donde “nadie podrá comprar ni vender sino el que tuviera la marca” (Apocalipsis 13:17).

La profetisa del Señor describe así la atmósfera previa a esa crisis:

“A medida que la cuestión del sábado se presente claramente al mundo, los hombres serán puestos en la disyuntiva de escoger entre los mandamientos de Dios y los mandamientos de los hombres. Entonces será cuando la línea de demarcación se trazará claramente, y los que perseveren en transgredir los mandamientos de Dios recibirán la marca de la bestia.”

— Joyas de los Testimonios, t. 2, p. 169.

El contexto social que rodea esta crisis será de confusión espiritual, con la exaltación del ecumenismo, el espiritualismo y la apelación a la “unidad global”. Pero bajo ese velo de aparente piedad se esconderá la última rebelión contra la soberanía de Dios.

V. La Función Espiritual del Sello del Dios Viviente

El sello de Dios en el tiempo del fin no será una marca visible, sino una obra espiritual y moral realizada por el Espíritu Santo en los corazones de los fieles. Así como el sábado es la señal externa de la lealtad al Creador, el sello del Espíritu representa la aprobación interna del carácter santificado. Ambos —el sábado y el sello— son inseparables en su significado escatológico.

El apóstol Pablo declara:

“No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30).

El sello, por tanto, no es un mero símbolo doctrinal, sino la impresión del carácter divino en el alma. En el tiempo del fin, el sábado será la prueba visible de esa realidad invisible. El Espíritu de Profecía lo define así:

“El sello del Dios viviente es puesto sobre los que guardan el sábado del Señor, los que tienen la ley de Dios escrita en su corazón.”

— Comentario Bíblico Adventista, t. 7, p. 970.

El sello representa la culminación de la obra de santificación, la madurez espiritual del remanente que ha aprendido a reflejar el carácter de Cristo en medio de la más severa persecución. Aquellos que reciben este sello serán preservados durante el tiempo de angustia, como lo muestra la visión de Apocalipsis 7:

“Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles… diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios.”

El sello en la frente indica convicción inteligente, fidelidad consciente y obediencia voluntaria. Es la mente completamente sometida a la voluntad de Cristo, una fidelidad que resiste toda presión del mundo y del enemigo.

VI. La Purificación del Pueblo y la Obra del Espíritu Santo

Antes de que el pueblo de Dios pueda recibir el sello, debe pasar por un proceso de purificación y reforma profunda. La sacudida, el zarandeo espiritual y la lluvia tardía son preparatorios a esta obra. El Espíritu Santo no sellará a un pueblo tibio ni dividido, sino a una iglesia purificada, que ama la verdad más que la vida misma.

Elena G. de White escribió con solemnidad profética:

“Antes de que sea terminado el sellamiento del pueblo de Dios, habrá entre nosotros una sacudida. Los superficiales y los hipócritas caerán, y permanecerán firmes solamente aquellos que han recibido el sello del Dios vivo.”

— Primeros Escritos, p. 270.

La purificación del pueblo no es una obra meramente externa ni organizacional. Es una transformación del carácter, una victoria sobre el pecado mediante la gracia de Cristo. En ese proceso, el sábado se convierte en el símbolo del descanso interior, la paz que brota de una relación perfecta con Dios.

“El sábado es una señal entre Dios y su pueblo de que Él es quien los santifica. Cuando el sábado se observa como lo dispuso Dios, el hombre es llevado a contemplar la grandeza del Creador, a pensar en su bondad y a aceptarlo como su santificador.”

— Testimonios para la Iglesia, t. 6, p. 349.

La lluvia tardía —el derramamiento final del Espíritu Santo— sellará esta obra de santificación, y preparará al pueblo de Dios para resistir el decreto dominical y para proclamar el fuerte clamor del tercer ángel con poder celestial.

Esta obra del sellamiento del pueblo de Dios es la garantía de la preproducción del carácter de Cristo en la vida de cada creyente sellado. Además es la preparación para el tiempo de la angustia de Jacob, que sucede justo después del fin del tiempo de gracia. Cuando Miguel se levante, como nos lo dice Daniel 12:1, en el lugar santísimo ya no habrá mas intercesión ni borramiento de pecados, en ese tiempo difícil como breve, el pueblo de Dios sellado a de permaneces sin intercesión, solo el sello de Dios en su vida hará que el carácter de Cristo en su vida siga reproduciéndose hasta que el señor aparezca en las nubes.

La sierva del señor dice lo siguiente:

“Cuando Cristo cese su intercesión en el santuario, se derramará sin mezcla la ira de Dios que ha estado contenida tanto tiempo. Entonces Jesús efectuará la expiación por todos los que hayan aceptado su gracia, borrando sus pecados. El número de sus súbditos estará completo; y el reino, y el dominio, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, serán dados a los herederos de la salvación, y Jesús reinará como Rey de reyes y Señor de señores.

Mientras Jesús oficia en el santuario, continúa la obra de la salvación; pero cuando termine su obra allí, cesará este tiempo de gracia. Entonces el Espíritu de Dios, que reprime, se retirará de la tierra. Así como Noé antes del diluvio entró en el arca, y se cerró la puerta, así, cuando Cristo deje de interceder por el hombre, se cerrará la puerta de la gracia. Este tiempo finalmente llegará, cuando cada caso haya sido decidido para vida o para muerte.

Cristo ha hecho expiación por su pueblo y borrado sus pecados. El número de sus súbditos está completo; el reino y el dominio y la grandeza de los reinos debajo de todo el cielo serán dados a los santos del Altísimo. Mientras Jesús está haciendo la intercesión por los hombres, Satanás los acusa ante Dios; pero terminado ese ministerio, los justos serán sellados con el sello del Dios vivo. Entonces Jesús habrá hecho su obra en el Santuario, y cesará la intercesión. Los justos deberán vivir a la vista de un Dios santo sin intercesor.”

— El Conflicto de los Siglos, pág. 613-614 (ed. 1911).

VII. El Sábado y el Carácter de Cristo Reproducido en su Pueblo

El sábado no solo señala la creación, sino también la redención y la restauración del carácter divino en el ser humano. En su santidad y reposo se revela la imagen del Creador, y quienes lo guardan verdaderamente reflejarán esa misma imagen.

Jesús mismo es el “Señor del sábado” (Marcos 2:28). En su vida terrenal mostró el verdadero espíritu del sábado: misericordia, restauración y comunión con el Padre. Por tanto, guardar el sábado en el tiempo del fin no será un mero acto ritual, sino una manifestación del carácter de Cristo en la experiencia de su pueblo.

“Los que vivan en armonía con el sábado de la ley de Dios representarán el carácter del Redentor en medio de un mundo apóstata.”

— Review and Herald, 6 de abril de 1897.

El sello del Dios viviente, entonces, no solo autentifica la obediencia, sino que testifica la victoria de Cristo reproducida en su iglesia. El sábado, guardado por amor, será la evidencia visible de que el Evangelio ha alcanzado su propósito: producir un pueblo santo, sin mancha ni arruga (Efesios 5:27).

VIII. La Victoria Final y el Descanso Eterno

La crisis del sábado culminará en el decreto de muerte contra los que rehúsen adorar la imagen de la bestia. Pero el pueblo de Dios, sellado por el Espíritu y protegido bajo el estandarte del Creador, permanecerá firme. La fe que los sostuvo en el tiempo de angustia será la fe de Jesús —una fe que obedece aun cuando obedece le cuesta la vida.

Entonces, los sellados serán libertados por la voz de Dios que proclama el día y la hora de la venida de Cristo. En ese glorioso momento, el sábado será exaltado como señal eterna de redención.

“En el cielo, el sábado será siempre una señal entre Dios y su pueblo. No se perderá jamás, sino que será observado por los redimidos por toda la eternidad.”

— El Conflicto de los Siglos, p. 678.

La semana de la creación terminará en una nueva creación. Los hijos de Dios, redimidos del conflicto final, guardarán el sábado en la tierra renovada:

“Y será que de mes en mes, y de sábado en sábado, vendrá toda carne a adorar delante de mí, dice Jehová.” (Isaías 66:23)

Así, el sábado, que comenzó en el Edén como memorial de la creación, se convertirá en el emblema eterno del amor y la fidelidad de los redimidos, un recordatorio perpetuo de que la gracia ha restaurado lo que el pecado destruyó.

Conclusión: El Sello del Creador Triunfará

El conflicto del sábado en el tiempo del fin no es una simple controversia sobre un día, sino la última batalla por la soberanía de Dios en el corazón humano. En medio de un mundo que exalta la autoridad del hombre, el pueblo del remanente alzará el estandarte del Creador, proclamando con poder celestial:

“Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.” (Apocalipsis 14:7)

El sábado será el sello de esa adoración pura, la señal de los que permanecen firmes bajo la bandera del Cordero. Cuando la tormenta moral estalle y los poderes de la tierra se unan contra los mandamientos de Dios, la fidelidad al sábado distinguirá a los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas.

El universo entero contemplará que, en medio de la apostasía general, hay un pueblo que “sigue al Cordero por dondequiera que va” (Apocalipsis 14:4), un pueblo que guarda los mandamientos de Dios y tiene la fe de Jesús.

Ese pueblo llevará sobre su frente el sello del Dios viviente, y su reposo será eterno, porque “queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9).