🔥 Resumen del Tema: La Zarza Ardiente – El Fuego que No se Apaga
En la vastedad silente del desierto de Madián, cuando el tiempo parecía devorar toda esperanza, un hombre cansado pastoreaba el rebaño de su suegro. Moisés, aquel que había soñado con libertar a su pueblo por la fuerza de su propio brazo, ahora llevaba cuarenta años de anonimato y silencio, domesticando no solo ovejas, sino también su propio corazón.
Pero el cielo no había olvidado. Aquel Dios que había hecho pacto con Abraham, Isaac y Jacob, miraba con compasión a los hijos de Israel, sometidos a cruel servidumbre bajo el yugo de Faraón.
“He visto la aflicción de mi pueblo… he oído su clamor… y he descendido para librarlos” (Éxodo 3:7-8).
En el monte Horeb, conocido también como Sinaí, el Ángel de Jehová –Cristo antes de su encarnación– se apareció a Moisés en la forma de una llama resplandeciente que ardía en medio de una zarza sin consumirla:
“Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza” (Éxodo 3:2).
Aquel fuego inextinguible era símbolo de la presencia divina que purifica sin destruir, que enciende sin consumir.
Allí, en tierra santa, Moisés oyó la voz de Dios llamándole por nombre. Y la Voz Eterna le dio una misión sobrehumana:
“Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo” (Éxodo 3:10).
El hombre que antes confiaba en su habilidad, ahora temblaba ante su propia debilidad. Su corazón se quebró y exclamó con humildad:
“¿Quién soy yo para que vaya a Faraón?” (Éxodo 3:11).
Era precisamente en ese momento, cuando su suficiencia se había desvanecido, que Dios le declaró la promesa que sostiene a todo siervo llamado:
“Yo estaré contigo” (Éxodo 3:12).
Al preguntar por el Nombre del que le enviaba, el Señor le reveló uno de los misterios más sublimes:
“YO SOY EL QUE SOY… Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3:14).
Este Nombre eterno y autoexistente proclamaba que Dios no depende de nadie ni de nada: Él Es, fue y será por siempre.
Pero el corazón humano, aunque tocado por la llama divina, sigue buscando excusas. Moisés presentó cuatro objeciones:
1️⃣ “Ellos no me creerán…”
2️⃣ “Nunca he sido hombre de fácil palabra…”
3️⃣ “¿Quién soy yo?”
4️⃣ Finalmente, confesó su temor:
“Señor… te ruego que envíes a otra persona” (Éxodo 4:13).
Ante cada excusa, Dios respondió con una promesa:
✅ Poder para obrar señales que confirmaran su llamado.
✅ La asistencia divina para hablar palabras de vida.
✅ La seguridad de Su Presencia constante.
Finalmente, cuando la misión estaba a punto de comenzar, surgió un obstáculo aún más grave: Moisés había descuidado circuncidar a su hijo, desobedeciendo el pacto establecido con Abraham. Y fue entonces cuando el Señor salió a su encuentro para confrontar su negligencia:
“Y aconteció en el camino, que Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo” (Éxodo 4:24).
Séfora, su esposa, comprendió la gravedad del momento y realizó la circuncisión, librando así a su esposo de la ira divina. Este incidente solemne nos recuerda que ninguna misión sagrada puede emprenderse con reservas en la obediencia.
Elena de White comenta con profundo discernimiento:
“Si Moisés hubiera dependido de su propia fuerza y sabiduría, y se hubiera mostrado deseoso de aceptar el gran encargo, habría revelado su entera ineptitud para tal obra. El hecho de que un hombre comprenda sus debilidades prueba… que hará de Dios su consejero y fortaleza.”(Patriarcas y Profetas, p. 230)
Así comienza la historia del hombre que caminó con Dios, desafió reinos y condujo a Israel hacia la libertad. La Zarza Ardiente no fue solo un fenómeno de otro tiempo, sino un llamado eterno que resuena en cada conciencia dispuesta:
“Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5).
Hoy, la Voz que habló en Horeb sigue invitando:
¿Responderás al fuego que no se apaga?
¿Permitirás que el YO SOY encienda tu destino eterno?