🌿 Opresión y Promesa: El Trasfondo y el Nacimiento de Moisés


Introducción

La historia de Israel en Egipto no es únicamente un relato de penurias políticas ni un simple capítulo en los anales de los imperios antiguos. Es un testimonio viviente de la fidelidad de Dios y de su providencia en medio de la noche más oscura. Como está escrito:

“Los israelitas, gimiendo a causa de la servidumbre, clamaron, y su clamor subió hasta Dios... Y miró Dios a los israelitas y reconoció su condición” (Éxodo 2:23-25).

Cada lágrima de aflicción, cada suspiro en los hornos de ladrillo, fue un semillero de esperanza que, en la hora señalada, germinaría en liberación.


I. Del Favor al Yugo: El Ascenso de la Oposición

El Éxodo se abre con un contraste tan dramático como instructivo. Aquella familia de setenta personas, acogida en la tierra de Gosén bajo el amparo de un faraón benevolente, creció hasta convertirse en una nación formidable. Pero la memoria humana es frágil, y con la llegada de un nuevo rey “que no conocía a José” (Éxodo 1:8), el reconocimiento se tornó en desprecio, y la gratitud se transformó en temor.

La opresión sistemática que padecieron —cargas pesadas, trabajos forzados, decretos de exterminio— fue el intento satánico de sofocar la promesa hecha a Abraham:

“Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí... pero a la nación a la cual servirán, yo juzgaré” (Génesis 15:13-14).

Este yugo no era solamente un conflicto geopolítico; era el gran conflicto entre el bien y el mal, el intento del adversario por impedir que el linaje de la fe heredara la tierra de la promesa.


II. El Triunfo de la Fidelidad en Medio de la Persecución

Cuando el faraón ordenó la muerte de los varones hebreos, dos mujeres de corazón indoblegable —Sifra y Fúa— decidieron temer a Dios antes que al hombre. Su valentía silenciosa se convirtió en un acto de resistencia sagrada.

“Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias” (Éxodo 1:21).

Este episodio subraya una verdad inmutable: ningún decreto real puede cancelar los designios eternos, ni sofocar la conciencia que se postra ante el Altísimo.

Elena White comenta sobre el poder de la fidelidad en las horas de prueba:

“Los agentes humanos pueden conspirar para destruir el pueblo de Dios, pero el Señor les pondrá límites y los convertirá en instrumentos de su gloria” (Patriarcas y Profetas, p. 223).


III. El Nacimiento de un Libertador: Moisés, Hijo del Nilo

En este oscuro panorama, un niño nacido de Jocabed brilló como un presagio de esperanza. Su hermosura no era meramente física, sino espiritual, pues el relato declara que era “tob”, el mismo adjetivo que describe la bondad original de la Creación (Génesis 1:31).

Moisés fue preservado providencialmente en el Nilo y devuelto a su madre para ser instruido en los caminos de Jehová. La sierva del Señor describe esta etapa como decisiva:

“Aprovechó fielmente la oportunidad de educar a su hijo para Dios... Trató de inculcarle la reverencia a Dios y el amor a la verdad y a la justicia” (Patriarcas y Profetas, p. 221).

Cada oración pronunciada sobre el niño, cada enseñanza impartida en el corto período de crianza, sería el germen que florecería en el futuro legislador de Israel.


IV. El Primer Intento Fallido y la Escueladel Desierto

A la edad de 40 años, Moisés sintió que había llegado la hora de la liberación. Pero su celo fue precipitado. Mató a un egipcio, y ese acto impulsivo lo convirtió en un prófugo. Aquí resplandece una lección que el líder espiritual nunca debe olvidar: la obra de Dios no se hace con la fuerza humana ni con métodos carnales, sino en la escuela de la dependencia y la humildad.

“El magnífico palacio del faraón y el trono del monarca fueron ofrecidos a Moisés para seducirlo; pero él sabía que los placeres pecaminosos que hacen a los hombres olvidarse de Dios imperaban en sus cortes señoriales” (Patriarcas y Profetas, p. 224).

Durante 40 años, el desierto de Madián fue su púlpito, el silencio su maestro, y la humildad su compañera. Así preparó Dios a Su siervo para la obra de liberación.


V. Aplicaciones para Nuestro Tiempo

Hoy, cuando las potencias del mundo procuran sofocar la fe pura y sencilla, y cuando la apostasía se disfraza de progreso, se requiere la misma fe indomable que sostuvo a las parteras, a Jocabed y al joven Moisés. La historia enseña que ninguna conspiración terrenal puede frustrar la promesa divina.

Si alguna vez las circunstancias parecen insuperables, recordemos que el Dios de los patriarcas sigue reinando. Él no olvida a Su pueblo.

“Dios está al control; Él nos salvará, aunque las circunstancias nos lo hagan parecer imposible” (Comentario sobre Éxodo).


Conclusión

La epopeya del nacimiento de Moisés es un monumento a la providencia. Es el anuncio solemne de que, cuando los reinos de este mundo se alzan contra la verdad, el Creador levanta libertadores en la humildad del hogar y en el silencio del desierto. Que nuestra fe se afirme en esta certeza:

“Vio más allá del esplendoroso palacio... los altos honores que se otorgarán a los santos del Altísimo en un reino que no tendrá mancha de pecado” (Patriarcas y Profetas, p. 224).

Que el relato de aquel hijo del Nilo despierte en cada corazón un anhelo profundo de fidelidad y esperanza, mientras aguardamos la redención definitiva que vendrá con poder y gloria.