Del Sinaí al santuario moderno: la batalla por la pureza de la adoración
Teólogo y Escritor
🎧 Introducción
“Y Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado...”
— Éxodo 32:7-8
Desde los días antiguos, el pueblo de Dios ha sido tentado a mezclar la adoración pura con prácticas ajenas. En el desierto, a los pies del Sinaí, Israel cayó en la trampa de adoptar ritos paganos, desviándose del camino señalado por el Altísimo. Hoy, observamos una tendencia similar: elementos del mundo, disfrazados de espiritualidad, encuentran lugar en nuestras congregaciones.
La sierva del Señor advirtió:
“Satanás ha obrado sobre las mentes humanas y continuará presentando las creencias sagradas en una forma espuria.”
— Mensajes Selectos, tomo 1, p. 46
En este episodio, exploraremos cómo prácticas y doctrinas ajenas a la fe bíblica están siendo aceptadas y normalizadas dentro de la iglesia. Analizaremos las implicaciones proféticas de esta tendencia y cómo mantenernos firmes en la verdad revelada.
🔹 2. La historia se repite: De Israel a la Iglesia Remanente
“Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos.”
— 1 Corintios 10:11
Desde los primeros días de la nación hebrea, el pueblo de Dios ha enfrentado un conflicto constante entre la pureza del culto divino y la tentación de asimilar las prácticas de las naciones que lo rodean. A pesar de haber sido testigos de la manifestación visible de la gloria divina, Israel no tardó en desviar su adoración, reemplazando al Creador por una imagen fundida —el becerro de oro— reflejo de las costumbres religiosas de Egipto.
La historia bíblica deja en claro que la apostasía no surge de forma repentina, sino como resultado de una progresiva tolerancia hacia lo que Dios ha declarado incompatible con Su santidad. En tiempos del profeta Elías, la adoración a Baal y Asera había sido tan normalizada, que el profeta fue considerado como el perturbador de Israel, cuando en realidad él procuraba restaurar la fidelidad al Dios de los cielos.
Esa misma dinámica se reproduce en nuestros días. En el contexto de la iglesia remanente, prácticas ajenas al modelo bíblico están encontrando aceptación bajo argumentos de relevancia cultural, libertad creativa o sensibilidad generacional. Elementos del mundo, tales como ritmos musicales que apelan a los sentidos antes que al espíritu, mensajes suavizados que evitan el llamado al arrepentimiento, y métodos de adoración que apelan más a la emoción que a la convicción, están siendo incorporados en el culto, debilitando la reverencia y el temor de Dios.
Lo más grave no es solo la introducción de lo profano, sino su progresiva normalización. La voz profética lo advirtió con claridad:
“Satanás está obrando con todo su poder para introducir sus invenciones en las iglesias. La religión de Cristo está en peligro. La verdad está siendo oscurecida.”
— Testimonios para la Iglesia, tomo 8, p. 291
Esta advertencia no está dirigida a iglesias ajenas, sino al pueblo que ha sido llamado a proclamar el mensaje de los tres ángeles. Las señales son claras, y el paralelismo con la historia de Israel es innegable. Así como en el pasado se adoptaron formas de culto foráneas, hoy el enemigo procura infiltrar en la iglesia los mismos elementos, bajo nuevas vestiduras, pero con idéntico propósito: debilitar la santidad del mensaje, trivializar la adoración y desviar al pueblo de su misión.
Esta es, sin duda, una crisis espiritual que exige discernimiento profético, valentía pastoral y una reforma urgente que devuelva al culto su carácter sagrado y al mensaje su filo original.
🔹 3. Señales actuales: ¿Qué está pasando en la Iglesia?
“Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas.”
— Efesios 5:11
La historia sagrada no solo nos ofrece advertencias, sino también un espejo profético para discernir el presente. Hoy, en el seno del pueblo remanente, se están registrando señales claras de una tendencia que refleja con inquietante exactitud los errores de Israel antiguo: la infiltración progresiva de prácticas, estilos y enfoques ajenos al modelo divino.
Una de las manifestaciones más visibles es el tipo de música que está siendo aceptado en el culto. Ritmos con clara influencia secular, que apelan más al cuerpo que al espíritu, están siendo promovidos como herramientas de evangelismo o expresión cultural, cuando en realidad comprometen la reverencia y la santidad del santuario. La solemnidad ha sido sustituida por el espectáculo, y en algunos casos, la adoración ha sido reemplazada por la autocelebración.
Además, se observa un cambio preocupante en el contenido de los mensajes desde los púlpitos. La predicación clara de la verdad presente —la ley de Dios, el juicio, el fin del tiempo de gracia y la necesidad de santidad— ha sido, en muchos lugares, silenciada o sustituida por discursos motivacionales, emocionalistas o marcadamente humanistas. Se habla del amor de Dios, pero se omite Su justicia. Se menciona la gracia, pero se calla el arrepentimiento. Se invita a venir a Cristo, pero sin dejar el mundo.
Al mismo tiempo, se observa una apertura creciente a filosofías y conceptos que tienen sus raíces fuera de la Escritura: espiritualidades místicas, conceptos psicológicos seculares, y métodos de liderazgo empresarial adaptados al ámbito eclesiástico, donde lo que prima es la eficiencia, la aceptación y el éxito aparente, antes que la fidelidad, la humildad y la dependencia del Espíritu Santo.
Esto no es una crítica superficial. Es el cumplimiento de lo anunciado por el Espíritu de Profecía:
“Muchos de los que tienen gran luz descuidan los deberes que Dios les ha dado, y ceden a influencias extrañas que nublan su discernimiento espiritual. Satanás procura adormecer a los hijos de Dios y llevarlos a aceptar como luz lo que es oscuridad.”
— Testimonios para la Iglesia, tomo 5, p. 103
A esto se suma la creciente presión por adaptar los mensajes, la liturgia y los métodos a los gustos de la sociedad posmoderna. Bajo el pretexto de atraer a las nuevas generaciones, se están diluyendo las verdades eternas, olvidando que lo que salva no es lo que agrada, sino lo que transforma.
Estas señales no deben ser vistas como incidentes aislados, sino como síntomas de una apostasía silenciosa que avanza, muchas veces sin resistencia, entre nosotros. Y el silencio de los centinelas agrava aún más el estado de la iglesia.
La pregunta que debe resonar en cada oyente es: ¿Estamos discerniendo los tiempos? ¿Estamos aprobando, mediante nuestra pasividad, lo que Dios ha declarado ofensivo?
Es tiempo de observar con detenimiento, de examinar con oración, y de hablar con valor. Porque el que calla ante la profanación del templo, participa de su contaminación.
🔹 4. Prácticas mundanas y paganas que se intentan normalizar en la iglesia
1. Música mundana o secular en el culto
Incorporación de ritmos como pop, rock, reguetón o música electrónica que apelan más a las emociones sensoriales que al espíritu, diluyendo la solemnidad y reverencia propias del culto sagrado.
2. Uso de instrumentos no bíblicos o no reverentes
Introducción de instrumentos que históricamente no forman parte de la adoración bíblica o que se utilizan en contextos profanos, como tambores estruendosos o sintetizadores que imitan sonidos paganos.
3. Danzas y movimientos corporales expresivos sin un significado bíblico claro
Bailes o coreografías que apelan a la sensualidad o al entretenimiento más que a la adoración reverente.
4. Incorporación de elementos místicos o esotéricos
Prácticas tales como la meditación trascendental, yoga espiritualizado, o el uso de símbolos y rituales ajenos a la Palabra de Dios.
5. Uso de vestimentas y maquillajes llamativos o inapropiados
Adoptar modas o estilos que provocan distracción o que reflejan valores contrarios a la modestia y santidad recomendadas en las Escrituras.
6. Celebración de fiestas de origen pagano adaptadas a contexto cristiano
Por ejemplo, Halloween disfrazado de evento “cristiano”, festivales que mezclan elementos paganos sin la debida separación.
7. Prácticas emocionales y psicologismos sin fundamento bíblico
Dependencia excesiva en técnicas de autoayuda, dinámicas emocionales o terapias modernas aplicadas dentro del culto, que sustituyen el poder del Espíritu Santo.
8. Participación en rituales o gestos ritualizados sin base bíblica
Uso de velas, incienso o símbolos que no tienen respaldo en la adoración del Nuevo Testamento, y que recuerdan ceremonias paganas o supersticiosas.
9. Predicación con lenguaje “marketinero” o emocionalista que diluye la verdad bíblica
Mensajes centrados en motivación personal, éxito terrenal o bienestar psicológico más que en la salvación, arrepentimiento y santidad.
10. Relajamiento de normas de santidad y separación
Tolerancia o aceptación de conductas y prácticas propias del mundo, bajo el pretexto de “inclusión” o “modernidad,” que comprometen la integridad moral y espiritual.
Este listado es un llamado a la vigilancia espiritual y al discernimiento. Como pueblo llamado a ser “santo, porque santo es el Señor nuestro Dios” (Levítico 19:2), debemos estar atentos a no permitir la entrada de lo que pueda contaminar la pureza del mensaje y la adoración.
🔹 5. Llamado profético a la reforma
“Y me dijo: Hijo de hombre, ¿ves lo que hacen? ¿Ves las grandes abominaciones que la casa de Israel comete aquí, para alejarme de mi santuario? … Pero volverán a mí y quitarán de delante de mí sus ídolos.”
— Ezequiel 8:6; 11:18
A lo largo de la historia de la redención, cada vez que el pueblo de Dios ha mezclado lo santo con lo profano, el cielo ha respondido con un llamado a la reforma. Nunca ha sido aceptable, a los ojos del Altísimo, que lo sagrado se contamine con prácticas contrarias a su carácter. Y si bien el juicio empieza por la casa de Dios, la misericordia también comienza allí, extendiendo una última oportunidad para restaurar lo que ha sido profanado.
Hoy, más que nunca, la iglesia necesita una reforma profunda. No una reforma superficial, de métodos o de formas exteriores, sino una transformación radical del corazón, del pensamiento y del espíritu de adoración. El llamado no es a ajustar la iglesia al mundo, sino a reconducirla a los principios eternos del cielo.
El testimonio profético lo expresó con claridad:
“Se necesita una reforma en todas las líneas. El espíritu de oración debe resucitar. La verdadera santificación consiste en una entrega completa a la voluntad de Dios. Solo cuando el pueblo se humille y busque al Señor con todo el corazón, podrá recibir el rocío del Espíritu Santo.”
— Testimonios para la Iglesia, tomo 8, p. 251
Reforma no significa legalismo. Significa volver a lo que es verdadero, auténtico, conforme a la voluntad revelada de Dios. Significa restaurar la reverencia en la adoración, la santidad en la vida personal, la fidelidad en la doctrina y la solemnidad en la misión. Significa colocar nuevamente a Cristo como el centro absoluto de cada mensaje, de cada himno, de cada decisión, de cada servicio de adoración.
Y esta reforma no comenzará con multitudes, sino con unos pocos que decidan escuchar el llamado del Espíritu. Hombres y mujeres que, como Elías en el monte Carmelo, se levanten no para complacer a las masas, sino para restaurar el altar del Señor que ha sido derribado.
“Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas.”
— Apocalipsis 18:4
El llamado de Dios no es ambiguo. Él llama a su pueblo a separarse de lo que es común, vulgar, contaminado por el espíritu de Babilonia, incluso cuando tales elementos hayan sido revestidos de religiosidad. Y ese llamado no se limita a salir del error externo, sino a limpiar el santuario del alma y de la congregación.
Es tiempo de volver a la pureza del primer amor. Es tiempo de cerrar las puertas al entretenimiento disfrazado de adoración. Es tiempo de dejar de buscar agradar a los hombres y comenzar nuevamente a temer a Dios.
🔹 6. Conclusión épica y oración final
“Dios es espíritu; y los que le adoran, deben adorarle en espíritu y en verdad.”
— Juan 4:24
Hermanos, el tiempo es breve y la batalla por el alma de la iglesia es intensa. La infiltración de prácticas y doctrinas extrañas no es un mero accidente cultural, sino la manifestación palpable de la lucha entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y el error. La historia se repite, y la iglesia remanente enfrenta hoy el mismo desafío que enfrentó Israel: conservar la pureza de la fe y la integridad del culto.
Pero no estamos sin esperanza. La misma voz que advierte, llama también a la restauración. La reforma es posible porque nuestro Dios es fiel y misericordioso. Él busca adoradores sinceros, dispuestos a abandonar lo profano y volver a la santidad. La puerta está abierta, el llamado es urgente y la bendición está reservada para los que respondan con prontitud y humildad.
Elevemos nuestra súplica:
Oración:
Señor soberano, Creador y Redentor,
Tú que eres santo y verdadero,
mira con misericordia a tu pueblo que se ha dejado seducir por lo vano.
Purifica nuestros corazones, fortalece nuestra fe,
y renueva en nosotros el fuego sagrado de la adoración sincera.
Haz que podamos discernir la verdad de la falsedad,
la luz de las tinieblas,
y que no nos conformemos a este mundo, sino que seamos transformados por la renovación de nuestra mente.
Levántanos para ser un pueblo separado,
fiel a Tu palabra y a Tu llamado,
para que la gloria que reflejamos sea un testimonio vivo de Tu poder y amor.
En el nombre de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador,
amén.