De la Liberación al Sacrificio: La Pascua y su Cumplimiento en la Santa Cena

De Egipto al Calvario, del pan sin levadura al Cordero inmolado: una travesía sagrada que revela el corazón del Evangelio.


Por Jose M Suazo
Teólogo y Escritor


Introducción

Desde los albores de la historia sagrada, cuando la humanidad caminaba entre sombras y promesas, el Altísimo trazó en el tiempo un camino de redención. Una de las manifestaciones más sublimes de esa obra divina es la Pascua, una festividad que no solo marcó el inicio de la libertad para el pueblo hebreo, sino que también prefiguró el más grande acto de amor en la historia de la humanidad: el sacrificio del Cordero de Dios.

La Pascua tiene sus raíces en los días de Moisés, cuando Israel, esclavizado en Egipto, clamaba por liberación. En respuesta, Dios envió plagas sobre la tierra de Faraón, culminando con una noche que sería recordada por generaciones: la décima plaga, la muerte de los primogénitos. Solo quienes marcaron sus puertas con la sangre de un cordero sin mancha, según la orden divina, serían preservados:

"Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto."Éxodo 12:13

Aquella noche, el ángel destructor “pasó por alto” las casas protegidas por la sangre. De ahí surge el término Pascua, que proviene del hebreo פֶּסַח (Pésaj), que significa literalmente "pasar por alto" o "saltar"; una acción que simboliza tanto juicio como misericordia.

Con solemnidad y reverencia, cada año los hebreos conmemoraban esta liberación:

"Este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis." Éxodo 12:14

Sin embargo, siglos después, en una noche silenciosa en Jerusalén, el Mesías —Jesucristo— reunió a sus discípulos para celebrar esa misma cena pascual. Pero esta vez, el Cordero no estaría sobre la mesa: el Cordero sería Él.

"He deseado intensamente comer esta Pascua con vosotros antes de padecer." Lucas 22:15

Así nació lo que hoy conocemos como la Santa Cena, el acto simbólico por el cual los creyentes cristianos recordamos el sacrificio de Cristo y su promesa de redención eterna:

"Este pan es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. [...] Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama." Lucas 22:19-20

Este artículo se sumerge en las profundidades de esta conexión sagrada entre la Pascua judía y la Santa Cena cristiana, revelando el hilo divino que entrelaza ambos eventos a lo largo del tiempo y del propósito eterno de Dios.

1. La Pascua: origen, significado y mandamiento perpetuo

La Pascua fue instituida por Dios como una festividad solemne con profundo contenido simbólico, histórico y espiritual. Su origen se remonta a uno de los momentos más decisivos en la historia del pueblo de Israel: su liberación de la esclavitud en Egipto. Este evento no solo marcó un cambio geopolítico, sino que dio inicio a una nueva identidad espiritual y nacional para los hijos de Jacob, ahora convertidos en el pueblo del pacto.

El relato bíblico en Éxodo 12 detalla con precisión el mandato divino para la celebración de la Pascua. Cada familia debía sacrificar un cordero macho, sin defecto, de un año de edad, y aplicar su sangre sobre los dinteles y los marcos de sus puertas. Aquella noche, el juicio de Dios pasaría por toda la tierra de Egipto, y sólo las casas marcadas por la sangre serían preservadas:

"Tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer." Éxodo 12:7

El acto de comer el cordero asado, junto con panes sin levadura y hierbas amargas, debía realizarse con vestiduras ceñidas, sandalias puestas y bastón en mano —un símbolo de prontitud y obediencia, listos para el éxodo:

"Así habéis de comerlo: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová." Éxodo 12:11

El significado de la Pascua trascendía el acto inmediato de supervivencia. Se trataba de un recordatorio eterno del poder de Dios, de su justicia contra la opresión y de su fidelidad a las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob. Por eso, Dios estableció que este día fuera celebrado como estatuto perpetuo entre las generaciones de Israel:

"Y guardaréis esta cosa por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre." Éxodo 12:24

Con el tiempo, la Pascua se convirtió en la festividad central del calendario hebreo. No era solo una ceremonia religiosa, sino el corazón mismo de la identidad nacional y espiritual de Israel. Cada año, los judíos peregrinaban a Jerusalén para celebrarla en el Templo, trayendo consigo corderos pascuales y un espíritu de reverente memoria.

Pero lo que muchos no comprendían —ni siquiera los sabios de Israel— era que aquella sangre en los dinteles, aquel cordero inocente, y aquella cena solemne no eran más que una sombra profética. En la plenitud de los tiempos, vendría Aquel de quien todo esto hablaba: el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).

2. La Última Pascua: el Cordero encarnado y la institución de la Santa Cena

En las vísperas de su pasión, Jesús subió a Jerusalén junto a sus discípulos para celebrar una última Pascua. Era el cumplimiento de la ley, sí, pero también el momento exacto en el que la sombra daría paso a la sustancia, y el símbolo encontraría su cumplimiento en la realidad del Mesías.

Desde el inicio de su ministerio, Juan el Bautista había declarado con visión profética:

"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Juan 1:29

Jesús no sólo observaba la Pascua como cualquier judío piadoso; Él encarnaba su significado. Cada gesto, cada elemento de la cena, cada palabra dicha aquella noche, estaba cargada de un simbolismo que sólo después sus discípulos comprenderían plenamente.

Durante la cena, Jesús tomó el pan —el pan sin levadura que representaba la pureza y la prisa del éxodo— y lo partió, pronunciando palabras que resonarían por generaciones:

"Este es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí." Lucas 22:19

Acto seguido, tomó la copa de vino, el fruto de la vid compartido entre los comensales pascuales, y le confirió un nuevo y eterno significado:

"Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. "Lucas 22:20

Con estas palabras, Jesús inauguró la Santa Cena (también llamada la Cena del Señor o la Eucaristía), una nueva conmemoración para el nuevo pueblo del pacto. El pan ya no era solo símbolo de libertad de Egipto, sino del cuerpo quebrantado del Mesías. El vino ya no era solo parte del ritual festivo, sino la sangre del pacto que traería redención eterna.

"Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros." 1 Corintios 5:7

En esta declaración, el apóstol Pablo afirma con claridad lo que el Espíritu Santo reveló a la iglesia primitiva: Cristo es la Pascua. No un símbolo, no una metáfora, sino el cumplimiento literal y divino del evento que marcó el inicio de la historia redentora de Israel.

La Santa Cena, por tanto, no es un mero memorial, sino un acto espiritual de comunión con Cristo crucificado y resucitado. Es la proclamación viva del evangelio en su forma más tangible: el cuerpo dado y la sangre derramada.

"Así, todas las veces que comiereis este pan y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga."1 Corintios 11:26

3. Del símbolo a la eternidad: una esperanza consumada en el Reino

La Pascua, en su origen, fue un acto de salvación inmediata. La Santa Cena, en su institución, fue la consumación del misterio de la redención. Pero ambas, juntas, señalan hacia un destino glorioso aún por venir: la plena liberación del pueblo de Dios, no solo de la condenación del pecado, sino que serán glorificados y liberados de la presencia del pecado. de Dios.

En aquella última cena pascual, Jesús no solo miró hacia el pasado ni solo al presente; miró también hacia el futuro. Con profunda solemnidad, pronunció una promesa que aún resuena con fuerza en el corazón de todos los creyentes:

"Os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que lo beba nuevo en el Reino de Dios." Marcos 14:25

Estas palabras no solo sellan la despedida terrenal del Maestro con sus discípulos, sino que abren una expectativa escatológica. La Santa Cena no es solo una mirada hacia la cruz; es también una anticipación del banquete eterno, de las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:7-9), donde la comunión será perfecta y sin velos.

El apóstol Pablo lo expresó con claridad al señalar que, cada vez que los creyentes participamos del pan y del vino, proclama la muerte del Señor “hasta que Él venga” (1 Corintios 11:26). Así, cada celebración es un eco del pasado, una vivencia del presente y una profecía del futuro.

En este sentido, la Santa Cena es el nuevo Éxodo, no ya desde Egipto hacia una tierra física, sino desde este mundo de pecado hacia la nueva creación. El pueblo redimido camina por el desierto de la vida, alimentado por el pan del cielo (Juan 6:51) y sostenido por la sangre del pacto eterno (Hebreos 13:20).

Y cuando Cristo regrese en gloria, ya no habrá más símbolo, porque la realidad habrá descendido plenamente. No necesitaremos recordar su muerte, porque lo veremos cara a cara; no necesitaremos más pan ni copa, porque cenaremos con Él en el Reino celestial.

"Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero." Apocalipsis 19:9

Conclusión: Un hilo de redención que atraviesa el tiempo

Desde las orillas del Nilo hasta el aposento alto en Jerusalén, y desde allí hasta los confines de la tierra y el umbral de la eternidad, la Pascua y la Santa Cena revelan un único propósito divino: la redención del ser humano a través del sacrificio.

La palabra Pascua proviene del hebreo פֶּסַח (Pésaj), que significa “pasar por alto” o “pasar sobre”, recordando cómo el juicio de Dios pasó por alto las casas marcadas con sangre. Pero en Cristo, este "pasar por alto" se transforma en un pasar de muerte a vida, de esclavitud a libertad, de sombra a luz.

Cada Pascua celebrada en el Antiguo Pacto era un anuncio profético, un preludio de lo que habría de venir. Y en aquella última cena, el verdadero Cordero de Dios se ofreció voluntariamente, no para liberar a una nación de un imperio, sino para redimir a la humanidad del pecado y la muerte.

La Santa Cena no es simplemente un acto litúrgico; es un altar donde se recuerda la victoria del Calvario, se vive la comunión con el Salvador y se aguarda su glorioso retorno. Al comer del pan y beber de la copa, el creyente participa de una historia viva que une el pasado, el presente y el futuro en la persona de Jesucristo.

Así, la Pascua no ha desaparecido: ha sido cumplida, elevada y perpetuada en la santa cena, como testimonio eterno de que la salvación pertenece al Señor (Salmo 3:8) y que el Cordero, una vez inmolado, reinará por los siglos de los siglos.

"Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza." Apocalipsis 5:12.


Que el señor Altísimo gobierne y bendiga a cada lector.