
El gran engaño del espiritismo desenmascarado a la luz de las Escrituras: la verdad sobre la muerte, el alma y la batalla final por la adoración verdadera.
Teólogo y Escritor
🌟 INTRODUCCIÓN:
Desde los albores del conflicto entre el bien y el mal, la humanidad ha sido objeto de una guerra silenciosa, una batalla no librada con espadas ni lanzas, sino con ideas. Entre las más letales se encuentra la creencia en la inmortalidad natural del alma, una doctrina que ha seducido a generaciones enteras, apartando su mirada del Autor de la vida y dirigiéndola hacia un espejismo tejido por las sombras.
Esta enseñanza, contraria a la clara revelación de las Escrituras, tuvo su génesis en el Edén, cuando la serpiente antigua, Satanás, lanzó su primer gran sofisma: “No moriréis” (Génesis 3:4). Con esas palabras, sembró la duda en el corazón de la humanidad, negando la consecuencia divina del pecado: la muerte. Así comenzó una corriente de pensamiento que, con el paso del tiempo, se infiltraría en las religiones antiguas, las filosofías griegas, y finalmente, en la misma cristiandad.
Las Escrituras declaran sin ambigüedades que “los muertos nada saben” (Eclesiastés 9:5), y que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). Sin embargo, a pesar de la claridad de la verdad revelada, millones aún creen que los muertos viven, que sus almas conscientes vagan por otras esferas, intercediendo, aconsejando o atormentando a los vivos.
Uno de los relatos más controvertidos y malinterpretados de la Biblia —utilizado con frecuencia para sostener esta doctrina espuria— es el del rey Saúl y su encuentro con la adivina de Endor (1 Samuel 28). Muchos lo citan como prueba de que los muertos pueden comunicarse con los vivos. Pero, ¿realmente fue Samuel quien se apareció a Saúl? ¿O fue aquello una manifestación de los poderes de las tinieblas, disfrazados como ángeles de luz?
Este artículo desentraña los orígenes paganos de la inmortalidad del alma, revela su incompatibilidad con la verdad bíblica y desenmascara la naturaleza demoníaca del ente que habló con Saúl aquella noche fatídica. Con base en la Santa Palabra y en los testimonios del Espíritu de Profecía, expondremos cómo esta doctrina no solo niega el carácter justo de Dios, sino que prepara al mundo para los más grandes engaños de los últimos días.
Prepárate para contemplar el escenario espiritual con ojos renovados. Porque en el corazón del conflicto final no solo está la adoración verdadera, sino también la comprensión correcta de la condición del hombre en la muerte. Y es que, quien cree que el alma no muere, está listo para creer en los milagros del engaño.
📖 I. Origen Pagano de la Doctrina de la Inmortalidad del Alma
La mentira de la inmortalidad natural del alma no tuvo su origen en los atrios del cielo ni en los oráculos del Dios viviente. Su cuna fue el Edén caído, y su arquitecto, el gran adversario. Cuando la serpiente, instrumento de la rebelión, susurró a Eva que no moriría a pesar de la transgresión, sembró en la mente humana la semilla de una teología perversa: la negación de la muerte como consecuencia del pecado (Génesis 3:4-5). Desde entonces, esta falsedad ha crecido como una hiedra venenosa en las estructuras religiosas y filosóficas del mundo.
Los antiguos egipcios, fascinados por la muerte, construyeron pirámides y momificaron cuerpos en la esperanza de una vida consciente más allá del sepulcro. Los babilonios y asirios ofrecían sacrificios a los muertos, consultaban a espíritus y practicaban artes
oscuras prohibidas por el Altísimo. Los griegos, encabezados por Platón, perfeccionaron filosóficamente esta idea al afirmar que el alma era una entidad inmortal, prisionera del cuerpo, y que al morir era liberada hacia una existencia superior.
Estas ideas no nacieron de la revelación divina, sino de las profundidades del error. El pensamiento griego, por medio de Alejandro Magno y posteriormente del Imperio Romano, se infiltró en todos los rincones del mundo antiguo. Con la helenización del pensamiento, las iglesias que surgieron tras la era apostólica comenzaron a absorber conceptos extraños a la fe bíblica. Así, lo que antes era herejía, se convirtió en dogma.
Pero la Escritura, clara e inmutable, no se contradice. Declara con fuerza que “Dios es el único que tiene inmortalidad” (1 Timoteo 6:16) y que la vida eterna es un don, no una posesión innata: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). El alma no es inmortal por naturaleza; debe recibir la inmortalidad como recompensa en la resurrección (1 Corintios 15:51-54).
El enemigo ha torcido esta verdad para promover sus fines engañosos. Una de las más solemnes advertencias proféticas afirma que en los últimos días “Satanás obrará con gran poder y señales y prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:9), utilizando incluso apariciones supuestamente celestiales o de muertos queridos para seducir al mundo. Y muchos aceptarán estas manifestaciones, creyendo que provienen de Dios, cuando en realidad son la avanzada del engaño final.
Los profetas verdaderos siempre lucharon contra esta idea. Moisés prohibió expresamente toda comunicación con los muertos (Deuteronomio 18:10-12), y Isaías reprendió a quienes consultaban a los espíritus, preguntando: “¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?” (Isaías 8:19).
El propósito del enemigo ha sido el mismo desde el principio: oscurecer la verdad sobre la muerte, nublar la esperanza de la resurrección, y preparar el camino para una apostasía global que recibirá con brazos abiertos a los espíritus engañadores del tiempo del fin.
📜 II. ¿Fue Realmente Samuel Quien Apareció a Saúl?
La noche era oscura, no sólo en el cielo de Israel, sino en el alma del rey Saúl. Abandonado por Dios a causa de su rebeldía y desesperado por conocer su destino en la guerra contra los filisteos, el monarca ungido acudió a una fuente prohibida: una adivina en Endor, mediadora de espíritus, condenada por la misma ley que él había jurado guardar (1 Samuel 28:3, 9).
Allí, disfrazado y desesperado, Saúl pidió ver al profeta Samuel, quien ya había muerto. Y entonces ocurrió lo que muchos han malinterpretado: un ser apareció, identificado por la médium como “un anciano cubierto con un manto” (v. 14). Este ente reprendió a Saúl y predijo su muerte y la de sus hijos. Pero la pregunta fundamental permanece: ¿era realmente Samuel?
Las Escrituras nos enseñan con claridad que los muertos “no saben nada” y que “su amor, y su odio y su envidia fenecieron ya” (Eclesiastés 9:5-6). La palabra de Dios declara: “No confiarás en encantadores ni consultarás a adivinos… porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas” (Deuteronomio 18:10-12). ¿Acaso el siervo fiel de Dios rompería en su muerte los mandamientos que defendió en vida? ¿Acudiría Samuel, profeta de santidad, al llamado de una bruja para hablar con un rey apóstata?
Imposible. Aquel ser no era el profeta de Ramá, sino una manifestación demoníaca. El enemigo, maestro del disfraz, tomó la forma de Samuel para engañar a Saúl y hundirlo más en la desesperación. No fue el Espíritu de Dios quien obró en aquella cueva tenebrosa, sino los espíritus de mentira, que “se hacen pasar por ángeles de luz” (2 Corintios 11:14).
Los ángeles caídos tienen poder para personificar a los muertos. En los días finales, muchos experimentarán manifestaciones similares. Seres con voz y apariencia de seres queridos fallecidos darán mensajes de aparente consuelo o autoridad espiritual. Pero detrás de estos fenómenos se encuentra el mismo que engañó a Saúl: el príncipe de las tinieblas.
El profeta no puede ser invocado por los hombres. El mensaje de Dios no se transmite por boca de brujos. La voz que habló aquella noche no era la del cielo, sino la del abismo.
Quien cree que Samuel apareció a Saúl, ya ha aceptado la base del espiritismo moderno, ese sistema satánico disfrazado de religión. El que hoy escucha a los muertos, mañana obedecerá al dragón. Así se prepara el mundo para el gran engaño de los últimos días.
La voz profética advierte: “Satanás ha ideado muchas formas de apartar de la verdad, y una de las más exitosas es el espiritismo. Bajo una forma religiosa, se presenta con una apariencia de piedad, pero niega la eficacia de la verdad”. Cuando los hombres rechazan la clara enseñanza de la Biblia sobre la muerte, abren la puerta al error más fatal: aceptar a los demonios como si fueran los santos del cielo.
🔥 III. La Inmortalidad del Alma y el Gran Engaño Final
En los albores del tiempo del fin, cuando el mundo camina hacia su destino eterno, el enemigo de las almas ha refinado su más sutil y eficaz engaño: la creencia en una vida consciente después de la muerte, independiente de la resurrección y del juicio divino. Esta doctrina, sostenida por miles de púlpitos y filosofías religiosas, allana el terreno para la culminación del gran conflicto entre la verdad eterna y la falsedad infernal.
El espiritismo, en su forma moderna y refinada, ya no se limita a las cuevas de Endor o a los círculos ocultistas. Hoy se presenta en templos, universidades, producciones cinematográficas, y hasta en ciertos credos que profesan el nombre de Cristo. Bajo el disfraz del consuelo, enseña que los muertos nos observan, que interceden por nosotros, que pueden comunicarse desde un más allá nebuloso. Pero la voz profética clama: “Los vivos saben que han de morir; pero los muertos nada saben” (Eclesiastés 9:5).
El libro de Apocalipsis revela que los demonios, bajo forma de “espíritus de demonios, que hacen señales”, se moverán con poder para engañar “a los reyes de la tierra y a todo el mundo” (Apocalipsis 16:14). Estos prodigios no son trucos de ilusionismo: son manifestaciones reales del poder satánico, dirigidas a preparar a las naciones para recibir al falso Cristo. Y el medio más eficaz será la comunicación con los muertos.
Por esta razón, el último mensaje de Dios al mundo —el mensaje de los tres ángeles (Apocalipsis 14:6-12)— es un llamado urgente a adorar únicamente al Creador, a rechazar toda forma de falsedad espiritual, y a no recibir la marca de la bestia, cuya plataforma doctrinal incluye esta herejía espiritualista. La inmortalidad del alma no solo contradice el evangelio, sino que es el fundamento de la adoración falsa que dominará el mundo justo antes del regreso de Cristo.
El pueblo de Dios, ese remanente fiel que “guarda los mandamientos de Dios y tiene la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12), debe levantar la antorcha de la verdad bíblica en medio de la oscuridad creciente. Debe proclamar que la muerte es un sueño, que la resurrección es la esperanza, y que la vida eterna no está en el alma del hombre, sino en las manos del Redentor crucificado y resucitado.
🕊️ Conclusión: Un Llamado a la Verdad que Liberta
Ha llegado la hora de sacudir los cimientos del error con la espada del Espíritu. Las doctrinas de demonios que prometen vida en la muerte han envenenado la esperanza de millones. Pero aún resuena la voz del Salvador: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
El alma no vive por sí sola. No puede vagar por los aires ni visitar a los vivos. Espera, en el silencio del sepulcro, la voz del Príncipe de la Vida. Rechacemos la mentira de la serpiente. Volvamos a las Escrituras. Que el pueblo de Dios se alce como atalaya sobre los muros, advirtiendo al mundo del engaño final, y proclamando con fuerza que sólo en Cristo hay inmortalidad, y sólo a su venida será otorgada a los fieles.
Que cada palabra del Cielo resuene con poder:
“Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor… descansarán de sus trabajos” (Apocalipsis 14:13).