
El Santuario que No Está en la Tierra: ¿A Dónde Fue Cristo al Ascender?
Por Jose M Suazo, teólogo adventista del séptimo día
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“Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis” (Éxodo 25:8–9).
I. Introducción: El Conflicto de las Interpretaciones
A través de los siglos, la cruz de Cristo ha sido exaltada como el punto culminante de la redención. Y con razón: allí, el Cordero de Dios derramó su sangre preciosa para reconciliar al hombre con su Creador. Sin embargo, un error teológico se ha infiltrado en muchos púlpitos y tratados modernos: la idea de que toda la obra redentora de Cristo concluyó en el Calvario. Según esta corriente, no existe más mediación, no hay templo celestial, ni ministerio intercesor posterior a la cruz.
Pero esta noción, aunque revestida de aparente piedad, niega el corazón mismo del plan de redención. Si la cruz fue el altar del sacrificio, el cielo debía ser el lugar del ministerio que aplica los méritos de esa sangre. El sacrificio sin ministerio carecería de eficacia; la muerte sin intercesión dejaría al pecador sin esperanza.
En el santuario terrenal, el sacerdote primero realizaba el sacrificio en el altar del sacrificio y posteriormente entraba al lugar santísimo para aplicar la sangre del sacrificio en los utensilios del lugar santo. Esto es revelador, porque si cristo es el sacrificio, su sangre debe ser aplicada en el cielo, en el santuario del cielo en el ministerio de intercesión.
El apóstol Pablo, en su epístola a los Hebreos, levanta el velo y nos introduce en una realidad majestuosa:
“Tenemos tal Sumo Sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; ministro del santuario y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (Hebreos 8:1–2).
Aquí se nos revela no solo la existencia de un santuario celestial, sino también que el ministerio de Cristo continúa en él. No fue en la tierra donde Cristo aplicó su sangre en favor del pecador, sino en el verdadero templo del cielo. El sacrificio fue consumado en la cruz; la mediación se desarrolla en el trono.
II. El Concepto de “Santuario” en la Escritura: Un Análisis Lingüístico y Teológico
El término “santuario” en la Biblia tiene profundas raíces semíticas. En hebreo se emplean varias palabras, siendo las principales:
מִקְדָּשׁ (miqdāsh), esta palabra proviene de la raíz קדשׁ (qādash), que significa “ser santo, separado, consagrado”. Por tanto, miqdāsh designa un lugar apartado para la manifestación divina, un espacio donde lo sagrado toca lo humano.
מִשְׁכָּן (mishkān), esta palabra significa literalmente “morada” o “tabernáculo”, procede de la raíz שָׁכַן (shākan), que significa “habitar, morar”. De esta raíz se deriva también el término Shekinah, que denota la gloria visible de la presencia divina.
El santuario, entonces, no era un mero templo, sino la expresión tangible del deseo de Dios de “habitar entre los hombres” (Éxodo 25:8). Era simultáneamente un símbolo de proximidad y separación: proximidad, porque Dios estaba en medio de su pueblo; separación, porque solo por medio del sacrificio y la mediación se podía acceder a su presencia.
El Nuevo Testamento traduce estos conceptos mediante el término griego ναός (naós), que significa “santuario, templo interior”, y ἱερόν (hierón), que significa “complejo sagrado”. En Hebreos, el autor inspirado hace una distinción magistral: Cristo no ministra en un hierón hecho por manos, sino en el naós celestial, el mismo trono de Dios.
“Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).
Aquí la palabra “figura” es ἀντίτυπον (antítypon), que literalmente significa “modelo correspondiente”. El tabernáculo terrenal era, pues, el antitipo de una realidad celestial, no su invención simbólica. A Moisés le fue mostrado un “modelo” (týpos, Éxodo 25:40 LXX) del santuario real, y sobre ese modelo construyó el tabernáculo en el desierto.
III. El Santuario: Copia Terrenal del Original Celestial
El paralelismo entre ambos santuarios se halla en toda la estructura del culto mosaico. El altar del holocausto, el lavacro, el candelabro, el altar del incienso, el arca del pacto —todo era una representación pedagógica del plan de salvación.
Cuando el sacerdote terrenal rociaba la sangre del sacrificio, simbolizaba el ministerio del Cristo resucitado, quien:
“por su propia sangre entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:12).
Por tanto, negar la existencia del santuario celestial equivale a despojar de sentido al santuario terrenal. Si el tabernáculo era copia, ¿de qué era copia, si no existiera un original? Si el modelo era “figura del verdadero”, entonces el “verdadero” debe existir.
Elena de White lo expresa con claridad teológica y sencillez celestial:
“El santuario en el cielo es el gran original, del cual el santuario construido por Moisés era una copia” (El Conflicto de los Siglos, p. 421).
“Cristo, como nuestro gran Sumo Sacerdote, hace su intercesión por nosotros en el santuario celestial. Allí ministra en favor de los que han venido a Dios por Él” (El Camino a Cristo, p. 67).
Así tenemos que, mientras en la tierra se ofrecía un cordero por el pecador, en el cielo Cristo ofrece los méritos de Su sacrificio. Mientras el sacerdote terrenal ministraba en un santuario hecho de oro y madera, el Cristo glorificado ministra en el templo eterno, cuya luz no proviene de lámparas de aceite, sino del esplendor del trono divino.
IV. La Cruz no fue el final de su ministerio redentor, fue la cúspide de ese plan.
El plan de salvación no concluyó en el Gólgota; allí comenzó su fase más sublime. La cruz fue el altar, pero el cielo es el santuario donde esa sangre intercede. Quien dice que “todo terminó en la cruz” confunde el sacrificio con su aplicación, el medio con el fin, el altar con el trono.
Cristo no descansó después del Calvario. Se levantó victorioso y ascendió al cielo para continuar Su obra redentora. Su ministerio sacerdotal es la garantía de nuestra esperanza, y su intercesión ante el Padre mantiene viva la conexión entre la humanidad caída y el Dios eterno.
“Cristo no solo murió por nosotros; vive por nosotros. En el santuario celestial ministra aún en favor de los suyos” (El Conflicto de los Siglos, p. 489).
Parte II — Del Lugar Santo al Lugar Santísimo: El Ministerio Final de Cristo
“Y miré, y he aquí el templo del tabernáculo del testimonio fue abierto en el cielo” (Apocalipsis 15:5).
V. Dos Departamentos, Un Solo Propósito Divino
El tabernáculo mosaico, con sus dos compartimientos —el Lugar Santo (qōdesh) y el Lugar Santísimo (qōdesh haqodāshîm)—, no fue un diseño arbitrario. Cada detalle, cada mueble, cada rito, era una sombra profética del ministerio de Cristo en el santuario celestial.
El autor de Hebreos lo expresa con majestuosa precisión:
“Porque el tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el Lugar Santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición. Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo… Pero en la segunda parte solo el sumo sacerdote entraba una vez al año, no sin sangre, la cual ofrecía por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo” (Hebreos 9:2, 3, 7).
El griego usa el término ἅγια (hágia) para el “Lugar Santo”, y ἅγια ἁγίων (hágia hagíon) para el “Lugar Santísimo”, una construcción superlativa que denota “la santidad de las santidades”. Esta duplicación, que imita el hebreo qōdesh haqodāshîm, indica que había una progresión en la experiencia de santidad y en la cercanía a la presencia divina.
Así, el primer departamento simbolizaba el ministerio continuo de Cristo desde Su ascensión, mientras que el segundo representa Su obra final de juicio y purificación, iniciada al término de los 2300 días proféticos de Daniel 8:14.
VI. El Lugar Santo: El Ministerio Intercesor Inaugural de Cristo
Cuando Cristo ascendió al cielo, entró al Lugar Santo del santuario celestial para iniciar Su obra mediadora. El apóstol Pablo declara:
“Cristo… entró en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).
La palabra παρίστασθαι (parístasthai), “presentarse”, implica un acto sacerdotal: estar de pie ante el trono en representación de otro. Allí, el Hijo del Hombre presentó los méritos de Su sacrificio, y el Espíritu Santo descendió a la tierra como evidencia de que la inauguración del ministerio celestial había comenzado (Hechos 2:33).
El Lugar Santo contenía tres muebles sagrados:
El Candelabro de oro, símbolo de la luz del Espíritu y de la iglesia que brilla por Su gracia.
La Mesa de los Panes de la Proposición, figura de la Palabra viva y del sustento espiritual que Cristo provee a los redimidos.
El Altar del Incienso, representación de la oración y la intercesión que ascienden al trono como “olor grato” (Apocalipsis 8:3–4).
Cada uno de estos elementos reflejaba el ministerio actual de Cristo en favor del creyente: iluminación, comunión y mediación. Elena de White lo expresa así:
“Cristo ascendió al cielo para aparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro. Allí presenta su sangre ante el Padre en favor de los pecadores arrepentidos” (El Conflicto de los Siglos, p. 421).
Durante este período —desde Su ascensión hasta que se cumplieron las 2300 tardes y mañanas—, Cristo ministró en el primer departamento del santuario celestial, aplicando Su sacrificio a todos los que por fe acudían a Él.
VII. El Lugar Santísimo: La Apertura del Juicio y la Purificación del Santuario
El clímax del libro de Daniel revela un cambio solemne en la liturgia celestial:
“Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el santuario” (Daniel 8:14).
El verbo hebreo aquí es וְנִצְדַּק (wenitsdaq), esta es la forma final del verbo צָדַק (tsādaq), que significa “ser justo, vindicado, purificado”. Literalmente podría traducirse como “entonces será vindicado el santuario”, o “será declarado justo”. Este matiz judicial conecta directamente con la visión del juicio en Daniel 7, donde “se colocaron tronos, y el Anciano de Días se sentó… y el juicio fue establecido” (Daniel 7:9–10).
Ambas visiones —la de Daniel 7 y 8— describen la misma realidad desde perspectivas complementarias: el traslado del ministerio de Cristo al Lugar Santísimo del santuario celestial para iniciar la obra final de juicio investigador.
Apocalipsis confirma este cambio de escenario:
“Y fue abierto el templo de Dios en el cielo, y el arca de su pacto se veía en su templo” (Apocalipsis 11:19).
El “templo abierto” no puede referirse sino al Lugar Santísimo, donde se encuentra el arca del pacto. Así, la profecía apunta claramente al momento en que Cristo comenzó Su ministerio final antes de Su retorno glorioso.
Elena de White comenta con poder profético:
“Al terminarse los 2300 días, en 1844, Cristo entró en el Lugar Santísimo del santuario celestial para realizar la obra final de expiación preparatoria para Su venida” (El Conflicto de los Siglos, p. 423).
“El servicio del santuario terrenal consistía en dos partes: la obra diaria en el Lugar Santo, y la obra anual en el Lugar Santísimo. De la misma manera, Cristo ministra en las dos fases de Su obra en el santuario celestial” (Patriarcas y Profetas, p. 384).
VIII. El Arca del Pacto: La Ley, el Juicio y la Gloria
El elemento central del Lugar Santísimo era el Arca del Pacto, cubierta por el propiciatorio o “asiento de misericordia”. Dentro del arca reposaban las tablas de la ley, escritas con el dedo de Dios (Éxodo 31:18). Sobre el propiciatorio se manifestaba la Shekinah, la gloria visible de la presencia divina.
Este simbolismo es sublime: la misericordia y la justicia se encuentran sobre la base de la ley eterna. No hay gracia que invalide el mandamiento, ni juicio que anule la compasión. Por eso el salmista declara:
“La justicia y la paz se besaron” (Salmo 85:10).
En el santuario celestial, Cristo ministra como Sumo Sacerdote sobre esa misma ley. La presencia del arca en la visión apocalíptica (Apocalipsis 11:19) es una confirmación inequívoca de que la ley moral de Dios sigue vigente, y que el juicio final se basa en sus principios.
Elena de White lo afirma sin ambigüedad:
“El arca del pacto en el cielo contiene la ley divina, escrita por el dedo de Dios. Esa ley, que fue proclamada por la voz de Jehová en el Sinaí, es el gran estándar del juicio” (El Conflicto de los Siglos, p. 433).
IX. El Significado Escatológico del Ministerio de Cristo
El ministerio en el Lugar Santísimo no es un detalle litúrgico, sino el centro mismo del tiempo del fin. En él se determina el destino eterno de cada alma. Cristo no está en reposo: está ministrando ahora mismo en favor de Su pueblo, sellando, purificando y vindicando a los suyos.
“Mientras Cristo ministra en el santuario celestial, el juicio se desarrolla. Este trabajo de investigación debe realizarse antes que Él venga, pues cuando venga, su recompensa está con Él” (El Conflicto de los Siglos, p. 428).
Así, el Santuario Celestial no es una doctrina marginal, sino la clave que explica la relación entre justificación, juicio y segunda venida. En él converge todo el plan de salvación: la cruz, la intercesión y la restauración final del universo.
X. Conclusión
El Santuario Celestial no es una alegoría; es el trono mismo de la redención. En su Lugar Santo, Cristo intercedió por nosotros. En su Lugar Santísimo, vindica Su ley y purifica al universo del pecado. Y pronto, cuando Su ministerio concluya, saldrá de aquel lugar vestido de majestad para venir a buscar a Su pueblo.
La crucifixión de Cristo no es el final de la redención, es el punto álgido de su plan de salvación, es el inicio del ministerio de intercesión. Hoy, Cristo esta delante del padre llevando a cabo la intercesión final y la purificación final de su pueblo, por eso confiadamente podemos decirle "Padre perdona nuestros pecados cometidos hoy" pues cristo esta ejecutando su ministerio de purificación final, el sellamiento de su pueblo y el borramiento de los pecados.
Pronto las palabras de Daniel 12:1 serán cumplidas:
"En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro."
Cristo se levantará y terminará la obra de purificación, la obra de intercesión y cuando eso ocurra la gracia para la humanidad habrá terminado, el juicio investigador habrá concluido, cada caso estará decidido, los hijos de Dios estarán sellados y preparados para atravesar la persecución final y recibir la recompensa de las propias manos de Cristo en su segunda venida.
“Y saldrá del santuario, vestido con vestiduras de venganza, como un guerrero” (Isaías 59:17). “Cuando termine su obra de intercesión, Cristo vendrá… entonces cada caso estará decidido para vida o para muerte” (El Conflicto de los Siglos, p. 491).
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