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El Día que el Cielo se Abrió: ¿Dónde Inició Cristo Su Ministerio Celestial?”
Por Jose M Suazo, teólogo adventista del séptimo día
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“No por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre entró una vez para siempre en el Lugar Santo, habiendo obtenido eterna redención.” — Hebreos 9:12.
I. El Misterio del Primer Paso: ¿Dónde Inició Cristo Su Ministerio Celestial?
Desde la aurora de la fe cristiana, los ojos de los redimidos han contemplado con reverencia el misterio de la ascensión. Cristo, triunfante sobre la tumba, se levantó como Sumo Sacerdote y Rey, llevando consigo la ofrenda de Su sacrificio perfecto. Pero surge la pregunta que ha desafiado a teólogos, exegetas y adoradores:
¿A qué parte del santuario celestial entró Cristo al ascender al cielo?
¿Fue directamente al Lugar Santísimo —donde resplandece el trono del Padre— o primero ministró en el Lugar Santo, como lo hacía el sacerdote diariamente en el tabernáculo terrenal?
El libro de Hebreos, joya de la teología neotestamentaria, nos ofrece las claves lingüísticas para comprender este sublime misterio.
II. El Lenguaje del Santuario: Las Palabras que Abren el Cielo
El texto griego de Hebreos emplea la expresión τὰ ἅγια (ta hágia), se traduce literalmente como “las cosas santas” o “el santuario”. Este término es ambivalente: puede referirse tanto al Lugar Santo como al Lugar Santísimo, o incluso al santuario completo.
En la Septuaginta, ta hágia traduce las palabras hebreas qōdesh y qōdesh haqodāshîm, sin distinción especial precisa (Éxodo 26:33–34). Es decir, esta version griega del Antiguo Testamento traduce del hebreo qōdesh (Lugar Santo) Éxodo 26:33; Levítico 16:2. Y qōdesh haqodāshîm (Lugar Santísimo) (Éxodo 26:34; Levítico 16:3) con el termino griego ta hagia. Este termino no distingue necesariamente entre ambos compartimientos. Es un término colectivo que designa el santuario como totalidad o el “dominio sagrado”.
Por lo tanto, cuando Hebreos 9:12 declara que Cristo “entró una vez para siempre en el santuario (ta hágia)”, el énfasis no está en delimitar un espacio arquitectónico, sino en exaltar la realidad celestial en la cual Él ministra.
El autor inspirado no distingue entre “Lugar Santo” y “Lugar Santísimo”, sino entre el santuario terrenal (cheiropoiētos, hecho por manos) y el celestial (acheiropoiētos, no hecho por manos) —Hebreos 9:24.
La Escritura dice:
“No entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).
El griego aquí —εἰς αὐτὸν τὸν οὐρανόν (eis auton ton ouranon)— indica que Cristo entró en el cielo mismo, el verdadero templo donde habita la gloria de Dios.
Así, el autor presenta el santuario celestial como una realidad total, no fragmentada. El contraste no es entre departamentos, sino entre la sombra terrenal y la sustancia celestial.
III. Dos Perspectivas Adventistas: Dos Puertas de una Misma Verdad
Dentro del pensamiento adventista, dos interpretaciones buscan armonizar este misterio:
1. Primera perspectiva — Entrada inaugural al Lugar Santísimo y ministerio posterior en el Santo.
Según esta visión, Cristo entró al Lugar Santísimo al ascender, para inaugurar el santuario celestial, rociando Su propia sangre como Moisés lo hizo al consagrar el tabernáculo (Hebreos 9:21).
Luego, comenzó Su ministerio intercesor en el Lugar Santo, hasta que en 1844 pasó nuevamente al Santísimo para iniciar el juicio investigador.
2. Segunda perspectiva — Entrada exclusiva al Lugar Santo hasta 1844.
Según esta lectura, Cristo ministró únicamente en el Lugar Santo desde Su ascensión hasta la culminación de los 2300 días de Daniel 8:14, y sólo entonces entró al Lugar Santísimo para la obra final de expiación.
Ambas interpretaciones se basan en el mismo texto, pero enfatizan aspectos distintos: una ve en la ascensión una entrada inaugural, la otra una fase ministerial progresiva.
IV. El Modelo del Tipo y del Antitipo
El servicio levítico ofrece la clave para resolver el dilema. El sumo sacerdote entraba dos veces al Lugar Santísimo:
a) La primera, durante la inauguración del santuario (Éxodo 40:9–15; Hebreos 9:21).
b) La segunda, una vez al año, en el Día de la Expiación (Yom Kippur), para purificar el santuario (Levítico 16).
Este patrón tipológico se cumple perfectamente en Cristo:
Su ascensión corresponde a la inauguración celestial. Allí, “por su propia sangre entró una vez para siempre en el santuario” (Hebreos 9:12).
El año 1844 marca el comienzo de Su obra final de purificación del santuario, paralela al Día de la Expiación (Daniel 8:14).
Elena de White confirma esta armonía con claridad inspirada:
“Cuando Cristo ascendió al cielo, fue inaugurado su ministerio sacerdotal. Al entrar en la presencia de Dios, fue inaugurado como Sumo Sacerdote” (Primeros Escritos, p. 253).
“Al terminarse los 2300 días en 1844, Cristo entró en el Lugar Santísimo del santuario celestial para realizar la obra final de expiación preparatoria para Su venida” (El Conflicto de los Siglos, p. 423).
De esta manera, ambas perspectivas se reconcilian:
Cristo entró al santuario celestial como totalidad al ascender, pero su ministerio progresó en fases, reflejando los tiempos proféticos y los símbolos levíticos.
V. El Verbo que Ilumina el Misterio: Eisēlthen — “Entró”
En Hebreos 9:12, el verbo εἰσῆλθεν (eisēlthen) denota una entrada definitiva, no repetitiva. La frase “εἰς τὰ ἅγια ἐφάπαξ” (“una vez para siempre en el santuario”) resalta la suficiencia y unicidad del acto.
No implica que Cristo haya entrado solo al Lugar Santísimo, sino que entró al dominio celestial del sacerdocio eterno, el verdadero santuario de Dios.
Así, el verbo no limita el espacio, sino describe el evento teológico: la entronización de Cristo como Sumo Sacerdote en la presencia divina.
“Teniendo tal Sumo Sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (Hebreos 8:1–2).
VI. El Cielo Abierto: De la Inauguración al Juicio
El Apocalipsis completa el cuadro:
“Y fue abierto el templo de Dios en el cielo, y el arca de su pacto se veía en su templo” (Apocalipsis 11:19).
Aquí, el “templo abierto” revela un cambio de fase en el ministerio celestial: el acceso al Lugar Santísimo, donde reposa el arca del pacto. Este evento profético coincide con 1844, cuando Cristo pasó del ministerio diario al juicio investigador.
Así, el arco profético es perfecto:
a) Ascensión: Inauguración celestial.
b) Era cristiana: Ministerio intercesor en el Lugar Santo.
c) 1844: Transición al Lugar Santísimo, inicio del juicio.
d) La Venida de Cristo: Culminación del ministerio, cierre de la gracia y retorno glorioso.
VII. Conclusión: El Cristo de los Velos y de la Eternidad
El santuario celestial no es metáfora, sino la arquitectura viva del plan de redención.
Cristo entró en el cielo mismo, no como sombra de sacerdotes humanos, sino como el Sumo Sacerdote eterno, inaugurando con Su sangre el camino del trono. Su ministerio no se detuvo en el Calvario; se expandió en gloria a través de los velos del cielo.
Cuando el sumo sacerdote terrenal salía del Lugar Santísimo, el pueblo exhalaba alivio: el perdón había sido asegurado. Así también, cuando Cristo salga del Santuario Celestial, la historia del pecado habrá llegado a su fin.
“Cristo inauguró Su ministerio celestial con la misma solemnidad con que fue inaugurado el santuario terrenal. Pero al cumplirse los tiempos proféticos, entró en el Lugar Santísimo para concluir Su obra de intercesión” (El Conflicto de los Siglos, p. 423).
El dilema se disuelve en la gloria de esta verdad:
Cristo entró al santuario celestial como totalidad al ascender, pero Su ministerio progresa conforme a los tiempos del plan divino.
El Lugar Santísimo no fue su primera morada, sino su destino profético, donde vindica Su ley, intercede por los suyos, y prepara el cierre del drama universal.
Y cuando el último nombre sea pronunciado en juicio, el Verbo saldrá de aquel santuario, no ya como Sacerdote, sino como Rey de Reyes y Señor de Señores.
“Entonces vi a Jesús dejar el Lugar Santísimo, y al salir del santuario, oí el tintineo de las campanillas de sus vestiduras... Su obra en el cielo había terminado.” (Primeros Escritos, p. 280.)
“Tu camino, oh Dios, está en el santuario; ¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?” — Salmo 77:13.
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